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En la época precolombina, el desarrollo de sistemas de regadío estuvo presente en todos los valles de la zona central del país, especialmente cuando el cauce de los ríos como el Maipo no alcanzaba a cubrir los llanos en altura.


Antes de la llegada de los españoles, los indígenas que habitaban el territorio construyeron bocatomas y, a través de acequias, llevaron agua del Maipo a Tango y Chena, tal como se hizo en Apoquindo, Tobalaba, Ñuñoa, Malloco y Talagante, desarrollando una próspera agricultura que cubrió la vasta zona entre los ríos Mapocho y Maipo.


Los españoles continuaron empleando estas zanjas y se dedicaron a ensanchar los canales primitivos y abrir otros de trazados más sencillos.


En el siglo XVI Calera de Tango se regaba de las quebradas de los cerros de Calera, especialmente de las cuales desaparecían cuando el río arrastraba las bocatomas en las crecidas de invierno.


Las mercedes de tierra, encomiendas y traslados de nativos a otras zonas permitieron a los conquistadores ocupar estos terrenos; sin embargo, se respetaron los dominios de muchos grupos de naturales y hubo instrucciones para que dispusieran de las aguas necesarias para regar sus chacras.


En 1578 el Cabildo de Santiago recibió una petición de los indígenas de Vitacura y Tobalaba, y de la encomienda de Tango de Juan de Barros, entre otros, que se oponía al proyecto de llevar ciertas aguas para la ciudad, argumentando que ello les quitaba la que necesitaban para sus riegos.


Los jesuitas hicieron un convenio con el cacique de Tango para que les diera agua a sus cultivos. Así, a partir de 1685, construyeron el canal para regar sus tierras, que alcanzó hasta Los Bajos de Santa Cruz y Malloco. Desarrollaron también una red de acequias en el actual sector de Los Morros, y un canal que corrió a través de un túnel y les permitió regar 12 cuadras de viña.


Artífice de estas obras fue el padre Miguel Millet, a quien el Cabildo de Santiago le encomendó en 1726 estudiar un canal que sacara aguas del río Maipo, idea que sólo se materializó cien años más tarde.
Los primeros antecedentes sobre la construcción de un canal que permitiera regar las zonas cercanas a Santiago se remontan al siglo XVIII, cuando el gobernador Juan Andrés Ustáriz informó al Rey de la necesidad de unir el río Maipo con el Mapocho.


En 1726 el Cabildo Abierto determinó que este proyecto era viable, pero debido a la abundancia de lluvias de ese invierno, la urgencia por regar disminuyó.


En 1742 renació la iniciativa de traer agua a Santiago y las tierras al sur de la capital, para lo cual se presentaron varios proyectos, pero ninguno se consideró factible.


En 1802 el gobernador Luis Muñoz de Guzmán dio inicio a los trabajos en el canal San Carlos, pero su muerte prematura los paralizó.


Luego vinieron las guerras independentistas y la falta de financiamiento no permitió retomar las actividades, hasta que en 1811 las autoridades patriotas nombraron a Joaquín Gandarillas y Domingo Eyzaguirre a cargo de las faenas.


Los enfrentamientos entre patriotas y realistas interrumpieron las obras en varias ocasiones, pero en 1816 ambos personajes fueron confirmados en sus cargos.


Finalmente, y luego de sortear todavía más dificultades, a comienzos de 1822 el agua del Maipo llegó al Mapocho.
En el siglo XIX, tras la expulsión de los jesuitas y siendo ya la hacienda propiedad del mayorazgo Ruiz-Tagle, se realizaron mejoras en el regadío y se prolongó el canal hasta Lonquén.


A comienzos del siglo XX, el conjunto de los predios agrícolas que rodeaban Santiago sumaban más de 100.000 hectáreas y la mayoría de sus dueños eran accionistas de la Sociedad de Canalistas del Maipo, cuya red de canales regaba sus propiedades.


En 1908 se dictó la Ley N° 2.139 de la Asociación de Canalistas, que reglamentó en forma detallada la distribución de las aguas en cauces artificiales, para lo cual hizo equivaler el caudal del río a 7.568 partes, de las cuales la Sociedad tuvo derecho a la mitad, o sea, 3.784 partes.


En 1910 la Asociación constituyó la Junta de Vigilancia del Río Maipo, a la que concurrieron los representantes de todas las agrupaciones que tenían derecho a sus aguas: los canales de Maipo, Pirque, Gálvez, Arriagada, Calera, Jara, Lonquén, Lo Espejo, Santa Cruz y Canales Unidos de Buin. El mismo año se intentó unirlos en un canal tronco y se formó la Comunidad de Canales del Maipo.


Seis años más tarde, el ingeniero Manuel Ossa realizó una bocatoma común que incluyó, en la ribera norte, a la Asociación del Canal Ochagavía, y en la ribera sur, a la Asociación del Canal Huidobro, obra que concluyó en 1917 y sigue prestando servicios. Calera de Tango corresponde a lo que podría llamarse Primera Sección del río Maipo, la más densa del cauce, que abastece una red de canales que riega una superficie equivalente al 88% de la comuna. páginas de una crónica.


A comienzos del siglo XIX, los territorios de la actual comuna de Calera de Tango pertenecían mayoritariamente a dos familias: los Eyzaguirre y los Ruiz-Tagle.


La familia Eyzaguirre era dueña de una gran propiedad en el sector norte de la comuna, hacia el cerro Chena, conocida como San Agustín. Había pertenecido a los monjes agustinos de Santiago hasta mediados del siglo XVIII, cuando los religiosos la vendieron al español Domingo de Eyzaguirre, que al fallecer en 1800, la dejó en herencia a su viuda Rosa Arechavala. A la muerte de esta última, el latifundio se subdividió entre los numerosos hijos que tuvo el matrimonio. Entre ellos destacaron Agustín, el primogénito; comerciante, político y hombre público; Domingo, que se dedicó a la agricultura y a la beneficencia; Ignacio, que sobresalió en la jurisprudencia, y José Alejo, que siguió la vocación del sacerdocio y llegó a ser arzobispo de Santiago. A excepción de éste, los hermanos Eyzaguirre Arechavala levantaron casas y bodegas, trabajaron las tierras, especialmente Domingo, que con justicia puede considerarse pionero de la agricultura chilena. Los Ruiz-Tagle, por su parte, fueron los dueños de una enorme propiedad de más de 8.000 cuadras, que incluía los cerros de Lonquén, y que perteneció a la Compañía de Jesús hasta su expulsión.


En 1783 fue adquirida por el español Francisco Ruiz de Tagle, fundador de un mayorazgo sobre sus propiedades. En 1800 el título fue heredado por su sobrino nieto Francisco Ruiz-Tagle Portales quien, por su rango y fortuna, se convirtió en figura relevante de la sociedad santiaguina.


En su hacienda de La Calera recibió al general José de San Martín en 1817 y, un año más tarde, al general español Mariano Osorio, días antes de la batalla de Maipú.


Personaje culto e ilustrado, sus casas de Santiago y La Calera se constituyeron en centros de hospitalidad y acogida para personalidades de la época como María Graham, Mauricio Rugendas, Charles Darwin y el canónigo Juan María Masttai Ferretti, futuro Papa Pío IX.


En el sector de Los Bajos de San Agustín, terreno comprendido entre las haciendas de San Agustín y La Calera, surgieron chacras y pequeños fundos que se fueron subdividiendo y creando nuevos focos de asentamiento y producción.


Aumentó su población de tal manera, que hacia 1875 se le reconoció como aldea. Entre sus propietarios destacados se recuerda a Camilo y Lorenzo López, Domingo Villagrán, Ignacio Miranda, Feliciano Fajardo, Dolores Carreño, Sebastián Sanhueza, Francisco Escobar y José Valdenegro.


Avanzado el siglo, las herencias y los traspasos generacionales, con la división de las tierras, haciendas y fundos, modificaron sustancialmente las extensiones de las proiedades y, asimismo, el paisaje y la cantidad de habitantes de la zona. La antigua hacienda de la familia Eyzaguirre se dividió entre sus descendientes en varias hijuelas, como las de Santa Teresa, San Ignacio, Bellavista, La Ermita y Tanguito.


La Calera, en cambio, permaneció indivisa hasta 1865, cinco años después de la muerte del mayorazgo Ruiz-Tagle. Poco antes de esa fecha, en 1854, se le había considerado la segunda propiedad más valiosa del país, avaluada en $50.000, y solo superada por la hacienda La Compañía, en Rancagua.


En 1865 la hacienda de La Calera se dividió entre los diez hermanos Ruiz-Tagle Larraín.


Una década más tarde, solo cinco de ellos aún conservaban parte de esta antigua propiedad familiar, ahora compuesta por las hijuelas de: Las Casas; La Ce; San Vicente; Santo Domingo y la llamada Siete Hijuelas, a la que se suma la hijuela Sorrento, de propiedad de un sobrino de los anteriores. Las otras propiedades pasaron a diversas manos de hacendados ligados a la agricultura.


Las Casas de Calera de Tango, donde estuvieron los talleres de los jesuitas y luego vivió rangosamente el mayorazgo Francisco Ruiz de Tagle fue legada por éste a su hijo mayor, Joaquín, quien profesó de sacerdote después de la muerte de su padre. El presbítero Ruiz-Tagle arrendó esa propiedad a los Hermanos de La Salle, que establecieron un centro educacional, y luego la asumió él mismo, hasta su muerte en 1912, cuando la legó nuevamente a los padres jesuitas para que establecieran en el lugar una casa de retiro y un centro espiritual que atendiera las necesidades de los vecinos.


Finalmente, en los lindes de la gran hacienda que fue de los Ruiz-Tagle, hacia Lonquén y Lo Herrera, surgieron numerosas propiedades que pertenecieron, entre otros, a Vitalicio López, Máximo Arguelles, Antonio Ovalle, Clemente Pérez, José Tomás Rodríguez, Gavino Hernández, Ricardo Portales, Luis Álvarez, Francisco Olea, Jesús Baeza, Rafael Muñoz, Gregorio Quiroz y Pedro J. Contreras.


Hacia 1800, la actual comuna de Calera de Tango era parte del territorio conocido como “Descampado” o “Llano de Maipo”, por donde obligadamente pasaban los caminos que iban desde Santiago hasta el vado del río.


Igualmente, se debía cruzar por la comuna para seguir al sur del país. Andantes, jinetes, tropas y animales transitaban por esas “tierras eriazas” que esporádicamente eran atravesadas por un par de acequias o canales que llevaban agua desde rudimentarias bocatomas del río Maipo a propiedades como Lo Herrera, La Calera, San Agustín o Lo Espejo.


Tal situación solo vino a transformarse con la construcción del Canal San Carlos o de Maipo que dirigió Domingo Eyzaguirre, a quien se debió la transformación del llano en un vergel. Cuando todavía el canal estaba construyéndose y no llegaba el agua al llano, en septiembre de 1822, la viajera María Graham describió el recorrido que hizo desde Santiago hasta Angostura. En su diario escribió que al llegar al Portezuelo de San Agustín de Tango, encontró pequeños huertos regados por un antiguo canal del río, “cuya vista nos alegró después de quince millas de monótono camino. Otras quince millas, tan monótonas como las anteriores, nos llevaron al vado del rápido y turbio Maipo”.


La llegada del agua y la fundación de la villa San Bernardo al pie del cerro de Chena e inmediata al portezuelo de San Agustín, mejoró las condiciones del camino al sur y aumentó su tráfico, que se abrió hacia Talagante, cruzó por el sector de Los Bajos y atravesó el camino a Lonquén, hacia Malloco.
A pesar de la proximidad a Santiago, la vida en lo que hoy es Calera de Tango era de una ruralidad profunda. Como menciona el historiador Fernando Silva, “las preocupaciones más absorbentes estaban centradas en los quehaceres específicos del campo y eran comunes a todos: las peripecias del rodeo, la marca, la matanza o la trilla en la gran hacienda; las nuevas plantaciones de vides o higueras… la dedicación por mejorar empíricamente la raza caballar y los aperos”.


Durante el período de las guerras de la Independencia, la situación del campo fue difícil, ya que se requisaban animales y granos, mientras los campesinos eran incorporados voluntaria o involuntariamente a los batallones de milicias de uno u otro bando.


Sólo en la década de 1830 se alcanzó una estabilidad política que permitió el sistemático avance de la actividad agrícola que, en los veinte años siguientes, aprovechó la oportunidad de exportar granos, especialmente trigo, a los nuevos mercados de California y Australia.


En 1838 se creó la Sociedad Chilena de Agricultura en Santiago, que en su boletín El Agricultor contaba con la redacción de Domingo Eyzaguirre.


Más tarde, en 1856, el propio Eyzaguirre como presidente de la nueva Sociedad Nacional de Agricultura, inició la publicación de El Mensajero de la Agricultura, que se transformó en lectura obligada entre los agricultores de la zona central del país. A través de sus páginas promovió la introducción de plantas, semillas y nuevas variedades de animales, muchos de los cuales se experimentaron en fundos de Calera de Tango. Ejemplo de esto fue la industria apícola que instaló el inglés Juan Mac Lean en San Agustín, en 1850.


La producción de las caleras de los jesuitas posibilitó en la Colonia, además de la extracción de cal y su procesamiento, el desarrollo incipiente de una fábrica de pólvora.


El elemento que se elaboraba a partir de los compuestos de este mineral, era utilizado principalmente para las labores extractivas de los yacimientos, siendo un antecedente para el establecimiento y posterior producción local del material explosivo.


La Fábrica de Pólvora The Chilean National Ammunition Company Ltd. se estableció en Calera de Tango en la última década del siglo XIX. De capitales ingleses, fue administrada por su socio principal, Mr. Herbert H. Jones, quien compró terrenos en Los Bajos de San Agustín. El sector, que pronto fue conocido como La Polvera, comprendió una extensión de quince cuadras donde se instalaron la fábrica de explosivos, los almacenes, las oficinas y casas de empleados.


Su producción estuvo destinada al abastecimiento de los arsenales de guerra chilenos y para las faenas mineras, además de la exportación. Su apogeo lo alcanzó durante la Segunda Guerra Mundial, periodo en que hubo turnos rotativos de 70 trabajadores logrando con ello mantener una alta productividad y responder a la creciente demanda.


El 12 de marzo de 1930 la fábrica fue afectada por una gran explosión ocurrida en el trapiche N° 5, que destruyó máquinas, construcciones, depósitos y casas del establecimiento, provocando la muerte de dos operarios y dejando más de una docena de heridos, entre ellos, la esposa e hijo del ingeniero de la empresa, Víctor Droulliez.


La Fábrica de Pólvora cesó sus funciones en 1957 y, posteriormente, en 1966, sus bodegas y oficinas administrativas fueron adquiridas por el municipio de Calera de Tango, donde éste instaló su sede, que permanece hasta hoy.


El desmantelamiento de la fábrica obligó a retirar grandes trozos de piedra de molino con las cuales se molía el salitre y otros compuestos para elaborar la pólvora, que se llevaron al ingreso del parque del cerro Chena, donde todavía se pueden apreciar.

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