En tiempos prehispánicos, el valle de Tango estuvo ocupado por diversos grupos originarios reunidos en núcleos familiares que vivían separados entre sí. Desarrollaron una agricultura incipiente a partir de sistemas básicos de regadío que después perfeccionaron los incas, y que les permitieron cultivar numerosos productos.
A la llegada de Diego de Almagro en 1536, el territorio estaba gobernado por un cacique mapuche. Con la conquista española la población aborigen fue desapareciendo, y las grandes propiedades comunitarias se disgregaron en los nuevos terratenientes.
Desde mediados del siglo XVI, el área fue administrada por el Cabildo de Santiago, que reguló la entrega de las primeras encomiendas y mercedes de tierra, destacándose entre las más importantes las que recibieron Jerónimo de Alderete y Marcos Veas.
El siglo XVII vio llegar varias congregaciones religiosas que con el tiempo se transformaron en protagonistas del desarrollo de Tango. En 1685 los jesuitas compraron a los padres mercedarios la hacienda de La Calera, que a partir de actividades agrícolas y ganaderas, se diversificó hacia otras formas más elaboradas de producción, tales como chacarería, molinos y viñas. Pronto las faenas se vieron reforzadas por talleres de oficios que se erigieron como modelos de su época. Se transmitían los conocimientos y prácticas de carpintería, herrería, forja, hilado y fabricación de textiles; además de obras de arte, trabajos de ebanistería, orfebrería, platería, relojería, fundición de campanas y construcción de instrumentos musicales, lo que constituyó una actividad industrial y artística pionera en el país. Los jesuitas también explotaron las minas de cal de su propiedad, material que fue utilizado en la construcción de muchas obras públicas hasta mediados del siglo XIX.
Luego de la Independencia y de la extraordinaria empresa que permitió regar con aguas del río Maipo la totalidad de los terrenos que hoy constituyen la comuna de Calera de Tango, se consolidó la agricultura como principal actividad de la zona, con especial protagonismo de las haciendas de La Calera y San Agustín.
A mediados del siglo XIX, la abolición de los mayorazgos y el traspaso generacional dieron origen a más de un centenar de fundos que se dedicaron a actividades agropecuarias tales como lecherías y cultivos de trigo, cebada, chacarería, pastoreo y una naciente industrialización relacionada. Surgió también la plantación de árboles forestales y la producción frutícola del Criadero Santa Inés, que fue uno de los primeros en poner fruta chilena en el mercado internacional.
A fines del mismo siglo, se instalaron dos industrias de importancia: la Fábrica Nacional de Pólvora y la Fábrica Nacional de Leche. En la primera mitad del siglo XX se siguió consolidando la vocación agrícola de la comuna y, a partir de la segunda mitad, la Ley de Reforma Agraria trajo consigo un vertiginoso proceso de transformación social y territorial.
Lo que ha distinguido a Calera de Tango en los últimos años ha sido la acelerada subdivisión predial de los terrenos en parcelas de agrado. La actividad frutícola exportadora, impulsada por las políticas de desarrollo aplicadas durante los ‘80, ha perdido fuerza, pero se sigue valorando el tener una porción de tierra aunque sea para una pequeña huerta, lo que ha permitido a la comuna mantener su carácter rural y preservar su historia e identidad.